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La cocina: un retrato del sueño americano

Mar Arvizu


¡¿Quieres ver un pinche mojado?! ¡Aquí está tu pinche mojado!” Fue lo que gritó Pedro al personal del Restaurante The Grill en Nueva York. Había sido un día De la chingada según todo lo que él y sus compañeros habían experimentado: Estela, nueva ayudante de cocina, y Laura, nueva mesera, habían entrado a trabajar sin una pizca de entrenamiento oportuno, Estela acababa de cruzar el muro, Max y Pedro habían peleado, de nuevo, de la caja registradora habían desaparecido ochocientos dólares del cierre de la noche anterior, Julia necesitaba dinero para pagar un aborto y la máquina de Cherry Cola se había averiado nuevamente. Suelo lleno de refresco, ambiente tenso, hora punta del almuerzo y el señor Rashid insistía en preguntar a sus trabajadores que entenderían al llegar a una habitación oscura: una vela, una lámpara de aceite o una chimenea. Fácilmente podría decir que de eso se trata La cocina, película reciente del director Alonso Ruizpalacios.


Anteriormente lo hemos visto tratar temas como la juventud, el sentimiento de querer salir del molde, adaptar libros de José Agustín, pero hoy lo vemos tratar algo más difícil y doloroso: La migración. En éste largometraje el director nos lleva por un caudal de historias que convergen en un momento de tensión. De eso se trata ésta película, de convergencias y multiculturalidad y una crítica a la precariedad de la migración.


Porque, ¿Qué más ha forjado al país de las barras y las estrellas que el trabajo duro de miles de personas de cientos de lugares distintos? La cocina es una representación de cómo éstas nacionalidades, lenguas, costumbres y personalidades se desenvuelven en el caos de un trabajo inhumano y agobiante. Mientras que el formato en pantalla nos hace sentir enclaustrados al abrirse y cerrarse según la locación, sin dejar de lado elnuso del blanco y negro, con varias sospresas a lo largo de su duración. Una sala llena, ojos expectantes, risas y tensión es lo que encontré al ver está película, que a su vez es una adaptación de la homónima obra inglesa escrita por Arnold Wesker en la década de 1950.


No pude evitar pensar en cuántos de los presentes en la sala se sentirían identificados con algo, fuese aún la que pareciera la más insignificante de las líneas, o el más burdo de los chistes. Porque si algo tiene el filme, aparte de hacer un entretejido de historias diarias, es un gran sentido del humor. No teme a ser vulgar, cómica e irónica cuando tiene que serlo. Podría decir, al final de cuentas, que es una película que no le tiene miedo a lo que cuenta. No intenta ponerle brillos y colores a un tema tan denso como es ser inmigrante, tener que adaptar el ser a un entorno y un idioma desconocido. No teme hacer una crítica a las condiciones laborales y de migración del país de la libertad. No teme mostrarnos de lo que es capaz un hombre cansado tras caer de bache en bache en cuestión de pocas horas. No teme ser un retrato de lo que miles de personas experimentan día a día. No teme recordarnos que en el mundo hay personas que lidian con su propio universo de problemas y los afronta por distintos medios, sean las apuestas, la bebida, las drogas o demás.


Al final eso nos muestra la cocina, es un espejo de nuestro contexto, nos muestra lo que nuestra historia nos hace capaces de ver. Sin embargo, nos recuerda que el sueño americano está construido a base de los sueños de mis inmigrantes, los cuales a veces se transforman en pesadillas. Aunque no siempre logremos saber qué dijo aquel que nos contaba su sueño.

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