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La primera vez que escuché a Julieta Venegas -por lo menos de manera consciente- fue cuando tenía cuatro o cinco años. Me gustaba ver el video en el cual Julieta aparecía con su hermana gemela, caminando por las calles de Japón. Ahora sé que el nombre de su gemela es Yvonne y que tiene habilidades sorprendentes para otras cosas, como la fotografía. Mi papá fue quien me comentó eso por primera vez, y quizá escuchar Lento a su lado era una de mis actividades favoritas cuando era niña. Muchas de las canciones de Julieta Venegas marcaron las idas y vueltas por la ciudad para llegar a destinos cotidianos, casi nada extraordinarios, como la escuela, el cine, la casa de los abuelos o el tiempo en la regadera. No me daba cuenta en ese entonces de que sus canciones, principalmente las de los discos Sí, Limón y Sal y el auténtico MTV Unplugged, evocarían en mi adultez a mi infancia. No alcanzaba a ver que su música me haría recapitular lo que era ser hija. Todavía no entiendo lo que es ser hija.
Mi mamá argumenta algo diferente: ella asegura tajantemente que quien primero despertó el gusto en la casa por esa mujer nacida en Long Beach, California, pero más nativa de Tijuana que la Flor de Cucapá, fue ella y no mi otro progenitor. Quizá eso da cuenta de por qué, a mis 21 años, al escuchar Recuerdo Perdido del álbum debut Aquí, para mí fue tan familiar y tan doloroso descubrirla “por primera vez”. Cuando le pregunté a mi padre, me dijo: “¿No es el soundtrack de alguna película? La verdad no la reconozco”. Y mi mamá, enseguida: “Yo la ponía mucho cuando limpiaba”. Una primera decepción: esto no solo me une a él, también me une a ella. No todo tiene sus raíces en donde me gustaría. No está mal; al final, es mi mamá quien más se permea de lo que a mí me gusta. ¿Sabe escuchar mejor o invade más mi vida? ¿O simplemente somos más similares que el resto de los vínculos madre e hija? Conmigo comparte el gusto por Despedida, dado ese proceso difícil pero digno de atravesar: un duelo por un corazón roto.
Pero Julieta Venegas no solo me hizo reconocer a mi núcleo familiar como mi familia, también me hizo evocarla en su separación, en su divorcio, en las visitas a dos casas, en la trayectoria por la carretera; esta vez sin mi mamá. Y en esos libramientos, el cantar hasta quedarnos sin aire: “Algún día quizás podré decirte algo que sea importante, algo hecho con sabiduría. Algún día sabré un poco más de lo que sé, poco a poco tropezando menos. Ojalá el tiempo sirva de algo…”
Por eso, verla en el Teatro Metropolitano de Querétaro un 1 de noviembre, Día de Todos los Santos en México, acompañada de un hombre que me encanta, fue un golpe de realidad distinto. El Centro de Congresos es un edificio casi amorfo, blanco, pulcro, grande y cómodo, a pesar de sus alturas suicidas. El ingreso fue sencillo: escanear el QR de las hojas impresas, decidir rápidamente que no quería comer palomitas ni tomar una cerveza mientras escuchaba cantar a una de mis relaciones parasociales favoritas, entrar al baño a sonarme la nariz y darme cuenta de que nadie, excepto mi compañero y yo, lleva puestas prendas moradas; porque en mi cabeza ese es el color preferido de Julieta, según las pistas de sus vestuarios más recurrentes y los diseños más comunes en las portadas. ¿Su color o mi color para asociar su música con la sabiduría y la fantasía de lo que me ha enseñado?
“Subir un piso, dos pisos, tres pisos, ¿cuatro pisos? Para que finalmente un señor amable nos guíe hasta nuestros asientos. Por $300 nos quedamos en la parte más alta y, encima, en las orillas; ese es el problema de nunca haber aprendido a leer bien los mapas. No se verá mal, cuando empiece voy a levantarme, voy a bailar, voy a cantar las canciones que me devuelvan la dignidad al cuerpo. El disgusto de ver cuatro asientos vacíos en la zona Diamante. La felicidad de estar acompañada. La necesidad de llorar. ¿Es posible que con esa barrera de vidrio alguien se caiga en medio de una canción? ¿Es seguro? Déjalo ir, todo déjalo aquí, con ella”.
Entonces, un vestido azul, largo, hermoso, con escote en V y un cabello liso, con la raya simétrica en medio de la frente, se mueve por la tarima. Unas cejas tristes, pero una sonrisa de oreja a oreja, saludan a su audiencia. Julieta Venegas llega justo a las 9:00 de la noche para ofrecer un concierto memorable. La canción que abre la velada es Dime la Verdad; se nota indudablemente la influencia de Alex Anwandter en la producción de su último lanzamiento, Tu Historia. Ese fluctuar de ella entre México, Argentina -pues radica en Buenos Aires- y Chile, de la mano de un talentoso productor chileno. ‘Aunque duela y te diga: “¿por qué?” Dime siempre la verdad”. ¿Es eso factible en la adultez?
Una de las más famosas con las que el resto se emociona es Algo Está Cambiando. La ha modificado un poco, como es de costumbre en sus presentaciones en vivo, y se ve bellísima y dedicada al piano. “Siempre hay algo más que a simple vista no se ve, pero siento que hay en mí algo que está cambiando”. Algo que, finalmente, cambió.
En medio de una y otra canción, a veces dice algo sutil, breve y sabio. Le comento a mi compañero que ella casi nunca se enoja, que siempre se despide de sus amantes con amabilidad. No se lo dije, pero espero aprender a irme de esa manera de la vida de los demás y que se retiren de la mía con ese mismo amor y respeto: “es tan bueno despedirnos como habernos conocido. Es tan bueno aceptar la derrota como fue luchar”; “voy a salir sonriendo en la foto del recuerdo, voy a rescatar de nuestra historia lo mejor”; “y eso que un día empezamos tú y yo, nuestros cuerpos parecían uno solo [...] fuimos lo que nadie imaginó, hoy escucho no-no, no-no”.
“¿Serán estas canciones un apapacho cuando él mismo decida ya no estar conmigo? ¿Yo aún extraño a alguien? ¿Él extraña a alguien? ¿Cantamos por disfrutar o para evidenciar algunas heridas que de vez en cuando sangran? Gracias por sostenerme de la cintura, gracias por consentirme con tu calor. Sigue grabando vídeos lindos, sigue estando presente”. De repente, esa canción para algunos ¿cobardes? ¿introvertidos? que habla de cómo los amores platónicos son más digeribles para quienes prefieren quedarse con la fantasía de una leve cercanía, sin enfrentar la realidad y la crudeza de otra persona en un vínculo de dos.
A la par, él se mueve a los asientos a los cuales ya habíamos contemplado mudarnos si, a la media hora, nadie llegaba a ocuparlos. Mientras él hace la prueba, yo termino de cantar lo platónico, y Julieta anuncia una canción en relación con Charly García. Todo, con sus inspiraciones y las mías, se sigue conectando. No duramos más de cinco minutos, porque llegan los intrusos que sí pagaron esos lugares, pero nos damos cuenta de que no lo disfrutan como nosotros. Cerca estaba mi jefe del Centro de investigación, pero no tuve la osadía de saludarlo. Mi compañero de esta noche me reta, me hace reír, me incita a hacer este tipo de cosas en un concierto, y agradezco las anécdotas antes de que puedan agotarse.
De repente, todo es más acelerado; los éxitos se empalman: Me Voy, Andar Conmigo, Lento, El Presente, A Donde Va El Viento, Eres Para Mí. La mayoría me transportan a esa casa de dos pisos con tres personas -mis papás y yo-, más dos perras como nuestras mascotas cariñosas. ¿Alcanzará este sentimiento para redactarlo en una crónica? ¿Hablaré de esto con mis hijos algún día? ¿Les diré lo que conversé más tarde con este hombre al que ya le tengo tanto cariño? ¿Seré capaz de pronunciar lo que me dolió esta noche en esa plática? ¿Son los demás suficientes para amargarme a una cantante? ¿Por qué ahora recuerdo que Julieta Venegas era una de las favoritas de aquella amiga que me vendía falsos discursos de amistad?
No, todo es mío. A Donde Va El Viento es herencia de Nadie Nos Va A Extrañar; esa serie la vi sola, no la comenté con nadie. Esa amiga me compartió el gusto por Última Vez, pero la canción no me acompañó sino dos años más tarde, cuando empecé a sentirme distante de quien hoy me acompaña. Él y yo queremos escuchar Sería Feliz; nos reímos porque Limón y Sal la cantamos con el ritmo del Unplugged, sin embargo, yo ya amaba todo esto antes de conocerlo y seguiré haciéndolo, con o sin él. Mi infancia está fácilmente ligada a Sí; no obstante, evoca más cosas ahora que soy adulta. Descubrí gran parte de su repertorio sin ayuda de nadie y, aun sin que nadie compagine con la misma pasión por canciones que muchos desconocen de ella. Se despide y vuelve para tocar con su acordeón, como una muñequita: Oleada:
“No quisiera detener
Esta oleada que me lleva
¿A dónde?
A donde no lo sé
Solo me muevo con ella
Y nadie ahí me conocerá
Y a nadie ahí reconoceré
Pero no tengo miedo
No quisiera detener
Esta oleada que me lleva
Y todo lo que ya viví
Lo sigo cargando
Lo llevo muy dentro de mí
Nunca lo he olvidado
Lo siento tan cerca de aquí
Lo llevo muy dentro de mí
Voy
En busca de un lugar
En este mundo abierto
Donde
Me pueda yo quedar
Para empezar de nuevo
Y nadie ahí me conocerá
Y a nadie ahí reconoceré
Pero no tengo miedo
Y todo lo que ya viví
Lo sigo cargando
Lo llevo muy dentro de mí
Nunca lo he olvidado
Lo siento tan cerca de aquí
Lo llevo muy dentro de mí
Y todo lo que ya viví
Lo sigo cargando
Lo llevo muy dentro de mí
Nunca lo he olvidado
Lo siento tan cerca de aquí
Lo llevo muy dentro de mí".
La fantasía de despertar en un tiempo más ameno, una ciudad más grande. La ilusión de construir una identidad nueva, lejos de lo que ya fui; un lugar donde nadie me reconozca y pueda empaparme de lo excitante desconocido. La certeza de que lo que ya viví lo seguiré cargando para ser una mejor persona; la agridulce afirmación de que no desaparecerá. Lo freudiano de vivir en un presente continuo, más no en un pasado. Lo bello de que la música forme parte de nuestras historias y que, mientras maneje, Julieta Venegas sonará con su color morado en mi corazón y no sólo gracias a otras personas… El concierto ha terminado, las luces se han encendido.
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